El escéptico que no pudo comer melocotones

Escéptico total, y así lo pronunciaba a los cuatro vientos. Decía que era la persona más incrédula del mundo, que si estaba orgulloso de algo era de ello. No aceptaba nada por mucho que le contaran los grandes gurús. Era tan arrogante que nada ni nadie lograban convencerlo, no había nadie que le dedicase mayor tiempo a la investigación de la espiritualidad.

Un día, de repente, al despertarse de sus sueños nocturnos, se dio cuenta de cuán vacío estaba y cuánto conocimiento real le faltaba, "¿cómo es posible?, -se preguntó-, ¡si llevo toda mi vida investigando!
Desolado, se enteró de la existencia de una persona que pasó por sus mismos estados en cuanto a aprendizaje de la espiritualidad, el cuál moraba una cueva de las montañas más altas que un hombre pueda habitar, y allí fue a visitarlo.

Cuando llegó a donde este maestro se encontraba, le comentó lo que ya sabemos, que llevaba mucho tiempo indagando y los criterios que había seguido para conseguir ser el hombre más escéptico que ha existido en la faz de la tierra. El maestro le dijo:

- La duda nos ayuda a proseguir, pero la duda escéptica, ¿a dónde nos puede conducir? Quiero que mañana vuelvas por aquí y me traigas un kilo de melocotones.

- Pero sólo encontraré la fruta podrida, si ya no es temporada de ...-, estaba diciendo nuestro hombre, cuando el maestro levantó la mano haciendo ademán de que eso poco le importaba y a su vez indicándole que lo dejara meditar en soledad.

Al día siguiente, el escéptico se presentó ante el maestro, curiosamente con un kilo de melocotones entre las manos. Los buscó y rebuscó hasta encontrar lo que pudo...

- Extiende los melocotones en el suelo, pero cuidado, que no toquen el suelo -le dijo el maestro.

En las altas montañas hacía mucho frío, aún así el investigador se despojó de su abrigo, lo tendió en el suelo y sobre él puso los melocotones, algunos de ellos estaban totalmente podridos, pero es que era lo que había encontrado.

- Ahora aparta los melocotones podridos y quédate con ellos.

El investigador así lo hizo, cogió los melocotones podridos dejando los buenos encima del abrigo, al mismo tiempo el maestro se puso a comer los melocotones buenos mientras el escéptico lo observaba "sin dar crédito a lo que veían sus ojos".

- ¡Pobre iluso! -exclamaba con sarcasmo-, tanta avidez has puesto en recoger los melocotones podridos, que todavía ves con escepticismo que esté disfrutando de tan jugoso manjar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario